4 abr 2013

Una y mil lágrimas

 Una lágrima que recorre el fino rostro de porcelana” es el título del retrato que de mí misma hizo el profesor Arturo Belano en la Facultad de Bellas Artes en la que yo estudiaba y donde mi inicié en la actividad que me ha dado para vivir, posar durante horas.
Aquella vez, el profesor Belano me pidió que me quedara desnuda e inmóvil en un rincón del estudio caldeado por la luz de los focos que me rodeaban.
A pesar de que fue un trabajo plácido en el que me sentí cómoda y exultante, el profesor Arturo Belano dibujó en mi mejilla una lágrima. El resultado fue grandioso y muy celebrado.
- Recoge inocencia y belleza en un solo instante -dijo un crítico renombrado.
- Profesor Belano -le dije semanas más tarde-, yo no habría puesto una lágrima. Fue un posado feliz para mí.
- Sí, yo te veía feliz -me contestó-. Pero la felicidad es frágil.
Razón tenía. El retrato acabó siendo el eje de una campaña publicitaria que hizo que yo misma viera cientos de veces mi cuerpo desnudo desperdigado por la ciudad.
Y no una lágrima, sino mil más acabaron abriendo un surco profundo en mi mejilla.
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