Aquella vez, el
profesor Belano me pidió que me quedara desnuda e inmóvil en un
rincón del estudio caldeado por la luz de los focos que me rodeaban.
A pesar de que
fue un trabajo plácido en el que me sentí cómoda y exultante, el
profesor Arturo Belano dibujó en mi mejilla una lágrima. El
resultado fue grandioso y muy celebrado.
- Recoge
inocencia y belleza en un solo instante -dijo un crítico renombrado.
- Profesor
Belano -le dije semanas más tarde-, yo no habría puesto una
lágrima. Fue un posado feliz para mí.
- Sí, yo te
veía feliz -me contestó-. Pero la felicidad es frágil.
Razón tenía.
El retrato acabó siendo el eje de una campaña publicitaria que
hizo que yo misma viera cientos de veces mi cuerpo desnudo
desperdigado por la ciudad.
Y no una
lágrima, sino mil más acabaron abriendo un surco profundo en mi
mejilla.
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