cambiando de color y tersura. El
plato ya estaba preparado para el goce. El
comensal entornó los ojos para disfrutarlo. Era
la apoteosis final. Mientras
tanto la sartén, avergonzada, restañaba sus heridas, harta de tanto servilismo,
tratando de esconder su culo tiznado entre el reluciente menaje.
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