Fueron a visitar a la abuela a la casa campo. El padre del niño gozó mucho de la conversación entre la anciana y el nieto. Escuchó en silencio envuelto en un halo de ternura que nunca olvidaría. Cuando tu padre era pequeño, contaba ella, se perdió en mitad de una verbena. El abuelo y yo lo buscamos con angustia y amigos conocidos nos ayudaron inútilmente. Yo era un mar lágrimas y mi cara era un poema. Cuando ya estaba marcando el teléfono de la policía, oímos un berrido por los altavoces. ¡Era él! De inmediato el cantante de la orquesta explicó entre risas: Vengan a por este niño, canta peor que yo y no deja trabajar al batería. Allí fuimos corriendo y lo abracé como se abraza a un hijo, entre aplausos del público. Los músicos nos contaron que se subió al escenario y les observaba con mucha atención y silencio, hasta que puso la mano en los platillos y recibió un susto cuando lo golpeó el de las baquetas. Del susto se agarró a la pierna del percusionista y comenzó a llorar. Tenía 4 años, como tú. Ahora nos reímos, pero yo lo pasé muy mal. Se miraron a las caras. El niño estaba pendiente de la historia y seguía agarrado a la pierna de la abuela haciendo preguntas. El padre escuchaba y se secaba una lágrima que se le escurría por la mejilla. También sonreía,
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