15 nov 2024

Santo ladrón

La Guardia Civil siguió la pista de un sospechoso hasta al punto donde el GPS del teléfono del fugitivo marcó su presencia durante diez largos minutos. Era la casa de don Cosme, el sacristán de la parroquia por más señas. Le interrogaron durante largo rato y no sacaron más que una ristra de historias inconexas sobre lo sucedido. El cura trató de poner cordura explicando a los agentes que don Cosme padecía demencia senil y que sus declaraciones no podían ser tenidas en cuenta. Pero, preguntaba la autoridad, ¿estaba él solo en casa? Sí seguro, a estas horas siempre, respondía el párroco. Los policías dieron por perdida aquella pista y se fueron. El cura se encaró luego con don Cosme. ¿Qué ha pasado? San Antonio lo sabe, decía el viejo. ¿Quién? El de la capilla principal. El cura se puso furioso, lo mandó a freír espárragos y se marchó. Cruzando la iglesia oyó cómo el sacristán le decía que el de Padua. No pudo evitar jurar en arameo cuando pasó por delante de la estatua del santo que llevaba al Niño Jesús en su hombro. Algo le sorprendió, el santo era muy bajito. Se acercó y vio que tenía otra cara, otro gesto, otra pose. Agarró un cirio y se dirigió amenazador hacia él. ¡Intruso, lárgate de aquí! Al instante la figura se descompuso y un hombre menudo arrancó a correr hacia la puerta donde aún estaban los encargados del orden rascándose la cabeza tratando de desentrañar los misterios del GPS que les había llevado hasta allí. ¡Alto ahí, se oyó gritar! El buen párroco dio por acabada su tarea y se fue a consolar al San Antonio de Padua que yacía tirado tras la hornacina del retablo donde el santo, que tanto hizo por el Niño Jesús, estaba condenado a vivir de continuo. No le he podido poner la capucha, se quejaba don Cosme...
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