17 abr 2024

Hombre cabal

Me sé una buena de Arístides. Cuenta, cuenta. Sabes que Atenas, eso se dice, es la cuna de la democracia y que allí existía el ostracismo como recurso político. Ejem, aquí vendría muy bien. No te enrolles, Simón. Pues es verdad, coño. Todos los años preguntaban a los ciudadanos si querían mandar al ostracismo a algún político. Y no era una tontería, pues se iban desterrados lejos de la ciudad durante 10 años. Figúrate cuántos lerdos mandaríamos a hacer puñetas hoy en día. Sí, asentía Machuca, no estaría mal... Pues, mira, los ciudadanos interesados en participar acudían al pie de la colina del barrio de los ceramistas, mandaban escribir un nombre en un resto de cerámica (óstrakon) salvado del vertedero y se entregaba a los responsables de la votación. En el recuento, si se llegaba al quorum establecido, salía el nombre del ciudadano que debía abandonar la ciudad en 10 días con un “hasta luego”. Pues cada año se quitaban un problema de encima, no estaría mal implantarlo aquí, proponía el tío Machuca. Pero ¿qué le pasó a Arístides? ¡Ja, ja! Un año se le acercó un analfabeto, algo frecuente en aquellos tiempos, y le pidió un favor, que escribiera en el trozo roto de cerámica un nombre concreto: Arístides. ¿Tienes algo contra él? ¿Te ha causado algún daño? ¡Qué va! Ni le conozco. Pero me fastidia que todos le nombren como “Arístides, el justo” y ya me he cansado. El citado, calló y entregó el óstrakon al iletrado aquel que se fue feliz por cumplir con su obligación democrática. Nunca supo que tenía en sus manos un autógrafo del gran estadista ateniense, sonreía el abuelo Simón. A veces, comentó maliciosamente el tío Machuca, aquí también se vota con criterios un tanto peregrinos. Pero qué categoría Arístides. Ya, aquel día no salió el más votado, pero años más tarde a él le tocó de verdad entonar el “hasta luego”. 

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