El viejo farmacéutico parecía estar orgulloso. Por fin, exclamaba ante sus amigos, mi hijo ya trabaja en la profesión, es ayudante de farmacia. Los amigos sonreían la ironía. Sabían de los escarceos del hijo con el mundo de la droga, sabían de sus problemas familiares, de las muchas visitas a la comisaría y del último juicio en el que salió condenado bajo la acusación de atentar contra la salud pública y que le obligaba penar en prisión unos cuantos años. Por fin, insistía el farmacéutico con los ojos húmedos, mi hijo es del gremio y hace cosas de provecho.
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