Nunca confesaron la autoría en el crimen, ni se declararon culpables. El juez nunca pudo determinar quién fue el asesino. El tribunal se atuvo a la confesión del inductor, que dijo que cuando asesinaron al presidente él, el capo, repartió dos pistolas a los dos sicarios. Una llevaba balas de fogueo, la otra las de verdad.
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