4 feb 2022

Verdades y mentiras compartidas por placer

María, la de los peines, salía al balcón, se sentaba en una silla de mimbre desvencijada e iniciaba el largo rito de arreglar su negra melena. Primero extendía todo el pelamen sobre sus hombros y poco a poco, con diferentes peines iba poniéndolos en orden, marcando rayas inverosímiles en la melena y agrupando los capilares en hileras que luego convertía en trenza solemne. Era un espectáculo ver con qué celeridad y buen gusto realizaba el trabajo y un privilegio poder ver el resultado final. Una trenza espléndida que resaltaba sobre su cuerpo fresco y agradecido. Hay que decir que eran bastantes los vecinos y vecinas, conste esto último, que no dejaban de perderse la performance. Ella se lo sabía y ya había introducido una cierta coreografía que todos los días repetía. En verano salía descalza y airosa al balcón y en invierno con calientapiernas y un sweter pegado que facilitaba los movimientos, pero eso sí, siempre con una música de salsa cubana que a todos espabilaba. El caso es que un miércoles lluvioso no apareció y cundió la alarma entre todo el vecindario. Rápidamente entraron en funcionamiento las redes sociales y le tocó al bueno de Juan, un calvo severo, acudir a la puerta de su vecina de enfrente a interesarse por la causa de su ausencia. Improvisó una excusa, como que se había caído un trapo de polvo del colgador del patio, que si era suyo. María, la de los peines, no quiso abrir la puerta, que tenía Covid, que debía estar encerrada, que... El bueno de Juan la consoló y pronto puso en marcha un grupo de apoyo para socorrer a la vecina solitaria. Ningún día le faltaron vituallas, apoyos ni conversación hasta que se repuso y reanudó por fin sus sesiones de arreglos en el balcón. Por cierto, desde el primer día ya con aplausos. Lo que el bueno de Juan no contó nunca fue que en las contadas ocasiones en las que María, la de los peines, entreabrió la puerta para recoger las vituallas que aportaban entre todos los vecinos y vecinas, esto último que conste de nuevo, el bueno de Juan, repito, quedó asustado por lo que revelaba la cercanía de María, la de los peines, que no era otra cosas que las greñas y fealdad que pudo entrever. Es más bonito no saber la verdad o imaginársela, se decía el bueno de Juan, sincero como pocos y calvo como el que más. A fin de cuentas, concluía ventajosamente, yo no soy tan feo.

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