18 jun 2021

Yuyu, mucho yuyu

El difunto abuelo era un hombre muy justo y meticuloso que dividió sus bienes de manera tan equitativa que llegó a cometer alguna excentricidad. Me refiero a un caso en concreto que tiene que ver con el cementerio. Dando por hecho que en el resto de sus bienes hizo bien el reparto, no sé si en lo del campo santo acertó. Lo explico. En su testamento figuraban 9 hijos o hijas y a cada uno de ellos les asignó un nicho en el cementerio. A todos los nichos les puso una placa de mármol blanco con el nombre de cada heredero y, obviamente, no puso la fecha de fallecimiento, aunque creo que ganas no le faltaron. ¿Qué ha supuesto todo ello? Pues que por lo menos yo esté traumado, no sé el resto de la familia. Me ocurre que cada vez que visito las tumbas de la familia veo el nombre de mi abuelo y abuela en una lápida, y en unos nichos perfectamente ordenados los nombres de todos mis tíos, aún vivos afortunadamente, y el de mi padre, con el que, por cierto, comparto nombre y primer apellido. Y con esto de las urnas funerarias, que son tan manejables y ocupan tan poco, me da por pensar que ya sé en qué sitio acabarán las cenizas de todo mi núcleo familiar. La placa no servirá, pienso, para tanto nombre, pero ya se me ocurre que podremos figurar todos en código QR. ¿Veis? Ya me estoy volviendo majareta.

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