Fray
Bernardo, maestro de novicios del San Damián de Casanostra, fue
encontrado muerto en el oratorio. El hermano enfermero acertó a
diagnosticar que tenía el corazón reventado. Velaron su cadáver y
al atardecer del siguiente día lo enterraron cristianamente, a la
par de dedicar las correspondientes cien misas que se oficiaban por
todo aquel fraile que profesaba los votos de aquel convento. El joven
novicio Dudon di Tutti sintió curiosidad por el motivo del
fallecimiento y revisó las circunstancias de la muerte de su
maestro. Así que acudió al oratorio y se arrodilló en el mismo
lugar donde fray Bernardo di Guria fue encontrado. De todos era
sabido que hacia mediados del mes de junio penetraba un rayo al
amanecer por el ventanuco de levante y brillaba con una intensidad
especial sobre el pecho de San Genaro, patrón de Nápoles, cuya
sangre conservada en un cáliz se licuaba todos los años al ser
expuesta en un 9 de septiembre. Pues bien, decíamos que era junio y
que el rayo descargaba toda su luz sobre el pecho del santo. Este era
un momento de devoción que los frailes apreciaban mucho, aunque era
más concurrido el rezo al atardecer, cuando el rayo iluminaba con
fuerza la cara del santo desde la ventana de poniente. Decíamos
pues, que Dudon di Tutti, el novicio curioso, se arrodilló en el
oratorio y oró devotamente frente a San Genaro. Vio como una luz
inundaba poco a poco el vano del ventanuco y iba lentamente
acercándose al corazón del santo. Intensamente, cada vez más
brillante, más misteriosa, más rotunda, más mortífera. Sí,
mortal porque el novicio Dudon di Tutti también fue diagnosticado
por el hermano enfermero como muerto por un colapso del corazón. El
padre prior, después de velar y enterrar al novicio, prometiendo
apenas 50 misas en su memoria por ser no más que meritorio, prohibió
la devoción a San Genaro por tiempo indefinido. Sin más
explicaciones, ni investigación alguna. Si era voluntad divina,
comentó, no había nada que decir. Sin embargo el hermano enfermero,
fray Jodías di Notte, se apresuró a limpiar los ventanucos de oriente y poniente en cuanto encontró oportunidad. El era el que había colocado una
silueta del diablo, o diabolo, sobre los vanos que se reflejaba como
una amenaza letal sobre la imagen de San Genaro. Yo solo quería
asustar a fray Bernardo di Guria, que Dios me perdone con el
novicio, se decía así mismo.
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