El
ladrón se apostó en una esquina del parque, estudió a los
paseantes y eligió a su víctima. No era la más débil ni frágil,
pero parecía ser la que más dinero podía llevar encima. Se acercó
sigiloso por la espalda, agarró el bolso, pegó un tirón y echó a
correr hacia el bosque. Pero vio un brazo amenazador a su espalda que
le perseguía y optó por soltar la presa y ocultarse en la espesura.
Desde allí miró hacia atrás y no observó nada inquietante. Bueno,
a lo lejos había un señor que gritaba mientras se sujetaba el
hombro derecho con la mano izquierda y pedía que le devolvieran, al
menos, su brazo ortopédico.
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