13 ene 2020

Escuelas para la vida

 
Hoy he visto a un viejo profesor que tenía toda la pinta de ser abuelo. Que conste, con autoridad y mando. ¿Por qué? Iba con su grupo de niños y niñas a la piscina con un relativo ruido de voces. Todo en orden. El ha desaparecido y su alumnado ha estado en la pileta de agua con los monitores de turno. También en orden. Al finalizar la sesión me lo he encontrado de nuevo a la salida de vestuarios, justo en el pasillo donde se alinean en una de las paredes una colección de espejos y al menos 25 secadores. ¿Qué hacía? Secar el pelo a sus niños y niñas. ¿Edad de las criaturas? 6 ó 7 años. Me ha llamado la atención la naturalidad de la escena. Estos infantes, he pensado, viven relajados en un mundo en el que todo se hace deprisa, por desgracia. Al tomar el ascensor me he topado con un grupito de niños revoltosos tirados por el suelo. Parecían pegarse. La víctima me ha mirado y ha soltado una queja. Éste me ha pegado, me ha dicho riéndose. Para mí que te gusta, le he dicho. Infancia feliz. Me han dado ganas de felicitar al viejo profesor.
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