Se
compró unas zapatillas bonitas, lustrosas y baratas. Era la primera
vez que se atrevía a hacerlo solo, sin ayuda de su mujer. Por las
noches, al calor del hogar, se sentía como un rey. Pies relajados,
calientes y cómodos. Así se lo hizo saber a la familia. Estoy como
un dios, les dijo. Su mujer sonrió sin decir nada, la hija no
levantó la mirada de su móvil, el gato no entendió nada. Pero
cambiaron las tornas al poco tiempo cuando las zapatillas
envejecieron, con hilos sueltos, piel desgastada, color triste, olor
a viejo y aire desmadejado. El se arrepintió un poco y se rascó la
cabeza cuando se percató del rápido deterioro, su mujer le recordó
que fue una mala compra, su hija le demostró que en Amazon
encontraría repuesto y el gato se acercó para hacerle el último
rasguño. Era el único que parecía estar contento. Le dedicó una
carantoña al minino. Las zapatillas se fueron a la basura, que no
era cuestión de aguantar el aire ofendido de la familia.
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