El
hombretón aquel entró en la taberna empujando un coche de niño en
el que un infante dormitaba a conciencia. A todas luces se trataba
de un abuelo canguro. Se tomó un café, ojeó el periódico y pagó.
Al salir reparó en un parroquiano conocido al que saludó. ¡Hombre!
¿Cómo va la vida? Se inició un diálogo rápido y breve que a mí
me sorprendió por su crudeza y sinceridad. ¿Qué tal tu mujer? Mal,
al final no ha podido ser. ¿? No pudo con el bicho. ¿En serio? Sí,
murió la semana pasada. Pero, si la vi hace poco por la calle. Sí,
pero... ¡Joder, lo siento! ¡Qué mala noticia me das! Así es la
vida. Pues ánimo. aquí estamos los demás. Yo, que era un testigo
de primera fila, ví al abuelo alejarse apesadumbrado por la noticia.
Al viudo, sin embargo, lo noté sereno y hasta contento de poder
compartir sus penas con la gente. Esto sólo pasa en los pueblos, le
dije al camarero. ¿Pues? En una ciudad no hay tanto poso de
humanidad. Se quedó pensativo.
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