Doña
Amelia cuenta jocosa que en una ocasión le preguntó un locutor de
la única televisión que en aquel momento existía en el país que a
quién llevaría a una isla desierta. Ella, fiel a la moral imperante
y al ardor de sus años, dijo que a Paco, su marido, que con él iría
al fin del mundo, que... Recibió un premio que la colocó en el
candelero de las habladurías televisivas del momento y la elevó al
altar de las mujeres raciales del país. Pero las hemerotecas le
hicieron una mala pasada, porque al cabo de cuatro décadas un
periodista becario rescató la grabación, localizó a la heroína y
repitió la misma pregunta. Que ¿a quién llevaría yo a una isla
desierta ahora mismo? Hijo mío, a mis amigas para jugar al julepe. Y
¿a su marido Paco no?, preguntó provocadoramente el aprendiz de
periodista. Ni soñar, ése que vaya buceando, a ver si se ahoga. Los
partidos de derecha protestaron, porque aquello era inadmisible, un
exceso claro de la ideología de género. Doña Amelia cuenta hoy
riéndose que, en realidad, pusieron al fiscal y al juez en un
aprieto, porque no sabían dilucidar si era cosa de género, de
incitación al odio, de machismo invertido o una prueba de buen humor
de la entrevistada. Duró un tiempo la discusión en los mass media
del país, pero es cierto, así lo asegura ella, que en las
elecciones siguientes quedaron desenmascarados muchos discursos
baratos. Es que soy una heroína, ¿verdad Paco?
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