Se
quedó de piedra cuando vio el rótulo de aquel negocio. "Gabinete
de Psicología Animal", rezaba. Bueno, más que de piedra, quedó próximo a la desesperación. Él, el hombre que
arrastraba dentro de sí un demonio que le comía la moral y el gusto
del vivir, el hombre que estaba sin trabajo, separado desde hacía
tiempo y, para colmo, con su equipo de fútbol en segunda división,
él, repito, se dio por ofendido, porque hasta un can podía
encontrar consuelo y remedio a su males antes que él. Sintió un
repentino deseo de desaparecer, de ahogar su corazón, de cegar la
mente, de huir, de... En aquel instante entró en confusión y se
dirigió al "Gabinete de Psicología Animal". Una
secretaria, vestida de blanco impecable, le miró expectante. Él
sólo hizo el gesto de juntar las manos apuntando hacia abajo, a la
altura del pecho. La mujer, elevó las cejas, curiosa. Él sólo
acertó a ladrar. Fueron dos ladridos lastimeros.
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