19 abr 2019

Confianza en sí mismo

Cuando se repartieron las virtudes y los defectos tuve suerte, decía el vanidoso. Yo, en cambio, salí poco favorecido, protestaba el hombre vulgar. Cierto es que tengo algunos defectillos, pero no son nada comparados con mis virtudes, insistía el afortunado en dones de la naturaleza. Pues yo tengo muchas cosas positivas, argumentaba el malparado por la fortuna, pero es que no se me ven. El uno sonreía ufano, el otro fruncía el ceño. Yo podría llegar a presidente, presumía el jactancioso. Yo solo valgo para comparsa. Aquello parecía una letanía interminable en la que a cada elogio seguía una mortificación. Y así quedó, que no era más que una conversación de juventud. Pero pasaron los años y las cosas fueron quedando en su sitio. Ni el uno llegó tan alto ni el otro quedó sumido en el olvido. Se vieron de reojo en el funeral de un amigo común. Viejos, calvos, gordos y sin lustre. La vida les había baqueteado por igual. El vanidoso miraba con disimulo pensando que él era un ser superior, ciego ante las evidencias. El humilde se reía para sus adentros, que la vida no le había ido tan mal. El uno estaba rodeado de orgullo, lo único que tuvo siempre en abundancia. El hombre vulgar se reía de sí mismo y del mundo en general, pensando que la vejez les había igualado. El siempre había tenido mucho sentido común.
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