El
abuelo Simón dio una giro inesperado a la conversación que mantenía
con su amigo en el paseo matutino. Siempre me ha dado lástima el
perro de Paulov. Así de tajante. Y lo explicó. El científico se
dedicó a torturar al bicho, con eso de darle de comer al ritmo de uma
bombilla que él encendía a capricho. Claro, tengo oído que logró
engañarlo sólo con encender la luz, pues el can iniciaba
automáticamente la insalivación, aunque no viera alimento alguno,
comentó el tío Machuca. A partir de ahí la conversación se
embaló, pues hablaban los dos al mismo tiempo. El muy tramposo del
señor Paulov conseguía que se le hiciera la boca agua al chucho
para regocijo de la ciencia, que así descubrió ese mecanismo que
tenemos todos los animales para estimularnos con reflejos no
condicionados, sino condicionales, como decía él. Un felón, el
Paulov. Pues eso, decía que el perro abrió camino. ¿Por qué? Pues
porque el can, desde su corta inteligencia no se dejaba llevar por
hechos constatables e ideas fiables, sino de un reflejo que asociaba
luz con alimento. ¡Ya! Pues leí ayer, añadió el abuelo Simón,
que años más tarde, el Gobierno postzarista de Rusia le pidió que
estudiara la posibilidad de aplicar estos descubriminetos a la mente
humana. ¿Y qué hizo? preguntó intrigado el amigo. Jamás aceptó,
pues nunca quiso, así decía, una masa servil. Se hizo el silencio.
Los dos pensaban en el epílogo de esta historia. Uno rompió el
fuego. Tengo mis dudas de que eso no ocurra. ¿Acaso las técnicas
electoralistas o publicitarias no provocan la toma de decisiones de
compra o de voto al modo de los reflejos condicionados, perdón,
condicionales como decía Paulov? No tengo tantas dudas, somos como
perros. En vez depositar papeletas en urnas tendrían que medir la
insalivación de los votantes. Nos dirigen a gusto en el consumo. Y
en política reaccionamos con la primera bombilla que se enciende. Ya
es triste. Claro, te das cuenta cuando llegas a viejo. No te
deprimas. Déjalo, me entra la risa floja.
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