El
maestro lo decía claramente: Hay dos clases de historias, las que
hablan de los demás y las que tratan directamente de uno mismo. Las
primeras son a menudo insulsas, las segundas interesantes. Juan
Badaya se mostró dubitativo. Quizás debería dejar de escribir, se
dijo. ¡No, no, no!, gritaron sus lectores, ¡tus textos nos gustan de
todos modos! Allá vosotros, amenazó, quedáis condenados para
siempre a ser torturados por mis demonios. ¡Bien!, exclamaron todos
al unísono, ¡nos gustan!
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