Acudía
a trabajar en bicicleta todos los días y eso aumentaba su
autoestima. Necesito 15 minutos exactos para venir, en bus tardaría
30 minutos y coche no se sabe, presumía. Los días de lluvia y
nieve no cejaba en el empeño. Un buen impermeable, más sudor y 5
minutos más de viaje, comentaba. Su autoestima seguía en alza. El
año pasado, con las inundaciones que asolaron las ciudad, alcanzó
ya un reconocimiento general. Una torrentera espontánea lo atrapó
en el camino y pudo milagrosamente refugiarse en la copa de un
castaño de indias que fue testigo mudo de sus penas. Allí
estuvieron juntos y abrazados una noche entera hasta que a las 11'00
horas del día siguiente los bomberos le rescataron en helicóptero.
Fue portada en los noticiarios locales y hasta del país. Tuvo tal
subidón de autoestima que a los dos meses, olvidado el eco mediático
y repuesto del ajetreo, enfermó de pena. ¿Qué hago yo ahora? Amigo
mío, le dijo el psiquiatra puesto por el ayuntamiento, tienes un ego
voraz, acomódate a las circunstancias. Y desde ese día, permanece
trémulo y ensimismado, considerando el alcance de tan profundo
consejo.
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