Un
día le dijeron en el banco que su firma era dubitativa y cada vez
más difícil de verificar. Él ya sabía de sobra que los dedos le
temblaban y que la artrosis iba en aumento. Al igual que otras cosas.
Esto le trajo oscuros pensamientos. De regreso a casa, se acercó a
su armario, nunca mejor dicho, acarició su pistola Beretta PX4
Storm, la empuñó, quitó el seguro, colocó el cañón en la sien,
apretó suavemente el gatillo y escuchó el ruido del percutor. Eso
le tranquilizó. Sabía que cuando el deterioro fuera ya generalizado
e irreversible, sólo tendría que añadir una bala al cargador.
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