19 nov 2018

Hay desamores que no matan

Ella quería mucho a su marido, eso decía, y lo demostraba estando junto a él siempre. Es cierto que a veces discutían y se enfadaban, pero la verdad es que compartían muchas horas y minutos de cada día. Un psicólogo descubriría que en el fondo había un rencor subterráneo que de vez en cuando afloraba. Ella, más de una vez, recordaba las palabras hirientes que él una vez había proferido, las afrentas, los olvidos imperdonables, los silencios, las rutinas, los... El callaba para no tener que enumerar otras cuentas pendientes por su parte. En el fondo, diría el citado psicólogo, ustedes han perdido la capacidad de escuchar, cada uno se escucha a sí mismo y se da la razón como si fuera un juez. Era cierto que el enfado acababa como acaba la noche con el día y el día con la noche. Y que pasados los furores que brotaban como del cráter de un volcán, se les veían juntos de nuevo, cada uno en su castillo, con una tregua firmada hasta la próxima erupción. Pero, de nuevo diría el psicólogo de turno, allí no había guerra de verdad, allí cada uno necesitaba del otro y el otro del uno. Como casi siempre.
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