En
una ocasión se encontraron frente a frente un suspiro recién salido
de la boca de una joven enamoradiza con el lamento de un joven poeta
acodado en la barra de un bar. El suspiro se quejó de lo cerca que
estaban los sueños y lo inaccesibles que resultaban. Se escurren
entre los dedos, dijo. El lamento se disculpó diciendo que él no
había inventado ni la tristeza, ni la alegría, ni el dolor o el
gozo, el amor o el odio, y menos la pena, la soledad, la paz, la
desgracia... Todo eso me lo encontré de balde desde el primer día
que salí al mundo. El suspiro se entristeció. Pero yo, continuó el
lamento, no conozco la fórmula para lograr el éxito o evitar el
fracaso, la vida es una chispita de energía dentro del cosmos que se
apagará algún día. Y mientras brilla, ¿qué?, preguntó el
suspiro. Hay que aprovechar, aconsejó el lamento extinguiéndose
poco a poco entre las volutas de humo del bar. El suspiro se agrandó
y acabó iluminando con una sonrisa la cara de la joven que no
apartaba la mirada del joven poeta.
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