15 jun 2018

Animalista en apuros

Que Rosaura era una mujer animalista y cabal lo sabía todo el mundo, pues cumplía siempre con lo que ella consideraba justo, incluso cuando iba en contra de sus intereses. Pero hubo algo con lo que sufrió mucho y que durante un tiempo la tuvo en vilo. Era la visita anual de La Entrometida y El Compadre, como ella les llamaba. Siempre ocurría en el mes de abril, cuando una pareja de golondrinas testarudas se empeñaban en colocar su nido bajo el alero de su balcón, justo donde ella colgaba la ropa a secar y donde lucían las flores más hermosas que tenía en la casa. Para evitar la concentración de heces de La Entrometida y El Compadre trató de ahuyentarlas decenas de veces, otras tantas de minimizar el impacto y cientos de veces de encontrar el lado romántico del asunto antes de pasar a la destrucción del aposento de las aves. Finalmente, cerca de la desesperación, encontró un consejo en su amigo El Depredador, como ella le llamaba a Artola, el carnicero de su calle. Pon un gato o un búho de porcelana en la barandilla, mujer. Santo remedio. Desde aquel día y año, no recibió más visitas de pareja tan incómoda. Es que has perdido instintos ancestrales, se mofaba Artola.
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