El
campo de batalla estaba regado de cadáveres y gente herida. A los
primeros dieron rápida sepultura y a los segundos les atendieron lo
mejor que se pudo, fueran amigos o enemigos. Paul Demás fue llevado
moribundo al hospital de campaña y allí un cirujano voluntarioso
peleó por extraer la bala que se le había colado en el pecho. Ha
rozado el corazón, le dijo, has tenido suerte. Paul Demás, mal
repuesto de la anestesia (había ingerido media botella de cognac),
señaló con ojos vidriosos al escapulario que llevaba en el pecho.
Este me ha salvado, afirmó. El cirujano, no muy seguro del éxito de
la carnicería que había realizado, asintió con la cabeza y le
invitó a dormir. Descansa lo que puedas. Acto seguido salió al
exterior a fumar un cigarro, sin limpiarse aún las manos
ensangrentadas. Se le acercó el capitán Malaespada. ¿Cuántos hoy?
155. Dámelos, que necesito para subir la moral a los que quedan de
la segunda y tercera compañía. El sanitario alargó la mano y le
entregó los 155 escapularios con la
figura del Sagrado Corazón de Jesús que había recogido entre los
cadáveres de ambos bandos. Aquello era un tesoro, eran los famosos
"detente-bala" en los que tanta fe tenían los soldados
españoles desde el S. XVIII. Paul Demás, el de los ojos vidriosos,
presenció la escena y aquel mismo día, no perdió la vida, perdió
la fe para siempre.
_____ o _____
No hay comentarios:
Publicar un comentario