2 feb 2018

Esta vida nuestra

La semana pasada un grupo de amigos hicimos un viaje en avión. Llegamos al aeropuerto y, entre otros trámites, pasamos el control de seguridad. Una empleada nos iba diciendo qué objetos debíamos depositar en la cinta para ser escaneados y de qué prendas debíamos despojarnos. Fuimos obedientes y ordenados. Pero mi amigo Carlitos, en qué estaría pensando, se quitó la chaqueta, los zapatos y los calcetines, el reloj, el cinto y se bajó los pantalones como un acto reflejo de lo más familiar para él. Su mujer, muerta de vergüenza, lo detuvo con un grito, un guarda de seguridad miraba estupefacto, yo inicié una risa floja que acabó en carcajada y los demás viajeros, amigos incluidos, creo que ni se enteraron. Explicar lo ocurrido fue complicado, así que recompusimos la situación y entre el enfado de una y las risas de los otros quisimos dar el episodio por acabado. Pero no. Un policía de aduanas se le acercó. Hemos observado por las cámaras que usted está nervioso, necesitamos interrogarlo y hacerle un registro más a fondo, sígame. Tardó una hora en volver libre de polvo y paja. Tras él corría un empleado trayéndole el cinto. Carlitos nos confesó todo. Esta vez me han desnudado. ¿Para qué? Abriendo los ojos como platos, visiblemente molesto, confesó su drama. Me ha hurgado de verdad... Ya no hubo paz en aquel grupo. Aún estamos riéndonos. O llorando. Somos unos malvados.
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