10 jul 2017

Relativismo moral

Cuando era un niño no tenía muy claro cuál era el principio de la proporción para medir la gravedad de mis faltas. Así, por ejemplo, romper de un balonazo los geranios de mi vecina Felisa me parecía más que pecado mortal. Sin embargo, reír y morfarme de Pepón, el niño más gordo que teníamos a mano, siempre me pareció poco relevante para confesarlo como un pecado venial. El gordo, afortunadamente no tiene mucha memoria y no ha querido saldar cuentas con cuantos le torturamos en su infancia. Y podría hacerlo, porque hoy es el alcalde de mi localidad. Es más, a mi me trata y hasta pide que le apoye en las elecciones. Y yo le doy mi respaldo, porque creo que lo hace bastante bien y aún me queda un poco de vergüenza por lo que le hicimos. Mira, a lo mejor hasta le vino bien el bullying, porque así aprendió a encajar, algo muy necesario para los políticos. Tal vez le hicimos un favor, porque hasta adelgazó y todo. Bueno, yo ya no sé dónde está la frontera entre el bien y el mal, que parece que lo correcto y adecuado es lo que me conviene. ¡Puaf, no he debido madurar a tiempo!
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