Cuando
era un niño no tenía muy claro cuál era el principio de la
proporción para medir la gravedad de mis faltas. Así, por ejemplo,
romper de un balonazo los geranios de mi vecina Felisa me
parecía más que pecado mortal. Sin embargo, reír y morfarme de
Pepón, el niño más gordo que teníamos a mano, siempre me pareció
poco relevante para confesarlo como un pecado venial. El gordo,
afortunadamente no tiene mucha memoria y no ha querido saldar cuentas
con cuantos le torturamos en su infancia. Y podría hacerlo, porque
hoy es el alcalde de mi localidad. Es más, a mi me trata y hasta
pide que le apoye en las elecciones. Y yo le doy mi respaldo, porque
creo que lo hace bastante bien y aún me queda un poco de vergüenza
por lo que le hicimos. Mira, a lo mejor hasta le vino bien el
bullying, porque así aprendió a encajar, algo muy necesario para
los políticos. Tal vez le hicimos un favor, porque hasta adelgazó y
todo. Bueno, yo ya no sé dónde está la frontera entre el bien y el
mal, que parece que lo correcto y adecuado es lo que me conviene.
¡Puaf, no he debido madurar a tiempo!
_____ o _____
No hay comentarios:
Publicar un comentario