22 mar 2017

Colisión de intereses

La lechuza era muy metódica y puntual. Todos los días y sobre la misma hora entraba en el pórtico de la iglesia románica a buscar refugio para la noche. Ella trataba de pasar desapercibida, pero no, no era así, que al amanecer abandonaba el lugar dejando rastros de su presencia, unas manchas blancas en el suelo que se iban después de mucho frotar y unas bolas de tamaño considerable al lado. No me las toque, dijo un biólogo de una ONG, que son egagrópilas de mucho valor. Eso es mierda, con perdón explicaba la sacristana. Bueno, son regurgitaciones del ave, permiten conocer su alimentación y la fauna que habita el entorno. A la buena de Marcelina ya no le pudo caer bien el ecologista aquel. Mira que coleccionar mierdas de lechuza, se decía. Pero llegó el día que se acabó la investigación para el de la ONG, pues la lechuza dejó de pernoctar allí. La culpa de ello era de la sacristana que todas las noches encerraba un perro en el pórtico con un buen corrusco de pan, con la clara intención de espantar a la intrusa. Por Dios, ¿cómo me hace eso?, se quejaba el ecologista. ¡Por la Virgen, mire cómo ha dejado el capitel ese bicho asqueroso...! La verdad era que, apoyada en uno de los vértices, había una egagrópila en equilibrio inverosímil. El estudioso se largó frustrado, nadie nos toma en serio a los ecologistas, se quejaba. Lo que me ha costado colocar esa mierda en el capitel, se regocijaba la señora Marcelina, mientras despejaba el capitel de un escobazo.
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