Juanito
de la Flor, a sus 9 añitos, escuchaba cómo el cura con el que
preparaba la Primera Comunión le contaba que los enemigos del alma
son tres: el mundo, el demonio y la carne. Aquella noche le costó
dormir, pensando que estaba rodeado de adversarios malvados, llenos
de muy malas intenciones. Y tomó una determinación que no acabó de
cumplir nunca. Primero juró que él no realizaría nunca viajes para
conocer el mundo y menos para dar la vuelta a su derredor, como decía
un tal Julio Verne en un libro que acababa de leer, aunque fuera en
menos de 80 días. Segundo, juró que no iba a hacer nunca caso al
demonio, un ser cobarde que aparece cuando menos te lo esperas para
darte malos consejos y llevarte a la perdición. Con hacer la señal
de la cruz sobre el pecho bastaba para hacerle salir corriendo. Y
tercero, que no iba a ir nunca a visitar al carnicero del barrio,
Josemi, porque no tenía claro cómo defenderse de ese tercer
enemigo. Bueno, pensó, le preguntaré mañana al cura, don José, o
a su ama de llaves, la señora Benedicta, cómo hacen ellos para no pecar con la carne, aunque, ahí le entraron dudas, me va a contestar con la
frase de siempre.
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