Doña
Mercedes ha salido esta semana de compras con intención de mantener
la despensa como mandan los cánones navideños, lo justo y necesario
por un lado y lo típico y excesivo por otro. Todos los tenderos la
han atendido amablemente y le han deseado “felices fiestas” y,
alguno más preciso, “feliz navidad”. A todos ellos doña
Mercedes les ha respondido que “igualmente”, que es lo menos que
se les puede ofrecer, decía, que sean tan felices como ella, que es
dichosa en abundancia. ¡Qué bien vivirían ustedes, les decía, si
tuvieran la felicidad que yo tengo! Pues no está mal, le contestó
alguno, es usted muy equitativa deseando a los demás lo que usted
goza. Y ella, ufana y crecida, regresó a su casa con el objetivo
cumplido, había hecho vida social y resuelto el problema de
intendencia doméstica. En el camino se cruzó con Richar, el mendigo
habitual en su calle, y con el automatismo de todos los días le
ofreció unas monedas. Pero con el automatismo navideño adquirido en
la compra se le escapó el deseo más convencional del momento,
“feliz navidad”, dijo, y el mendigo, muy correcto él, le
contestó con un “igualmente”. Doña Mercedes se quedó perpleja.
¿No le estaría deseando a ella ser igual de feliz que él? Le miró
con cierto desdén, convencida de que aquel hombre era sólo un
desgraciado y se retiró con aires de ofendida. Por lo noche, en una
interminable conversación telefónica se lo contó todo, con pelos y
señales, a su amiga Pepita del Amo, profesora jubilada, que, sin más
le lanzó una pregunta. ¿No sabes quién era Diógenes? Un filósogo
griego que vivía rodeado de escasez, con lo mínimo necesario,
dormía en un tonel en plena calle y... ¿Era feliz? Le interrumpió.
Mucho, chica, fíjate, el mismísimo Alejando Magno le admiraba y un
día que le visitó le preguntó qué era lo que deseaba que él se
lo concedería al momento. Pues, ¿sabes que contestó Diógenes de
Sínope? Que se apartara, por favor, que le estaba quitando el sol...
Imagínate lo feliz que debía ser. Doña Mercedes se quedó
pensativa y aquella noche dio muchas vueltas a la idea de que la
felicidad era un misterio para ella.
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