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Es cierto que detrás de cada ser humano se esconde una historia, pero no es menos cierto que a cada persona le acompañan otras muchas más historias, tantas cuantas dinosaurios encuentra en cada despertar...
28 oct 2016
Historias frívolas en guerras crueles
Gustavo Rous, conocido como el del tambor, fue soldado de Napoleón en un regimiento de artillería a pie. Con los ejércitos del emperador hizo muchas campañas que le llenaron de orgullo, pero nunca consiguió superar la frustración que le provocaba ver como el petit caporal, como llamaba la tropa al gran general, no apreciara su labor de marcar el ritmo de marcha de la compañía. Eso son cosas de las divisiones de infantería y caballería, decía el de la mano en el pecho, aquí lo que importa es el de la trompeta. Y le cambió el cargo, le hizo artillero llano, responsable de suministrar balas de 5'43 kg. a un cañón de 12 libras. Lo tomó como una degradación. Por eso fue el único de los soldados artilleros del ejército del emperador que se rio el día que en la batalla de Waterloo lanzaron cientos de bolas de hierro con aquel maldito cañón y apenas causaron heridos. ¡Merdé, putain de pluie!, gritaban los compañeros cada vez que un proyectil, que alcazaba en su trayectoria más de mil metros, impactaba contra el suelo y se quedaba clavado en la tierra. Gustavo Rous, el ex del tambor, sabía que aquellas bolas estaban destinadas a impactar contra el suelo seco, rodar, levantar piedras y derribar jinetes y caballos enemigos. Pero la tierra húmeda las acogía mansamente en su seno y las dejaba inertes como calabazas de las huertas de Córcega o Languedoc. Pero no se rio mucho tiempo aquel 18 de junio de 1815, porque rápidamente tuvo que abandonar aquel cañón de 12 libras, de 1.470 kg, y huir de las fuerzas prusianas e inglesas que les acorralaban y que hicieron un gran botín de armamento y presos, dejando a Napoleón con un billete pagado para la isla de Santa Helena. A Gustavo Rous, el ex del tambor, nunca se le olvidaría ya el sonido de la trompeta cuando tocó a retirada. Pues va a ser que tenía razón el petit caporal, repetía el viejo soldado cuando recordaba estas historias.
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