Ayer,
por vez primera en mi vida, visité un molino de viento. Sus grandes
aspas eran todo un reclamo para mi curiosidad. Dentro, pronto
entendí su funcionamiento, el eje por el que las aspas transmitían
el movimiento, las ruedas dentadas que multiplicaban las rotaciones,
la tolva que recibía el cereal, la muela que trituraba el grano, el
canal que transportaba la harina. Y me dediqué a bautizar todos los
elementos.
-Y
¿quién mueve el timón para poner las velas al viento?
-Se
llama palo de gobierno, señor -me dijo el empleado que lo atendía.
-Y
el tejado ¿gira sobre un carril?
-
Sobre el tambor, señor.
-Pero
las aspas suelen tener velas para aprovechar el empuje del viento,
¿no?
-Las
llamamos lonas, señor, las pongo yo.
-Son
las que están dobladas en la planta baja, ¿verdad?
-No,
en el silo se metían las mulas, las lonas o lienzos van en la
camareta y arriba, en el moledero, las piedras, la maquinaria y los
ventanillos para saber qué viento sopla, si es solano
alto, solano fijo, solano hondo, moriscote, ábrego hondo, ábrego
alto, toledano, cierzo, matacabras y mediodía...
Ante
tanta erudición no me quedó más remedio que callar y aprender.
Allí había mucha sabiduría. Me quedó una satisfacción, la de
probar la harina que contenía un saco, ¡uy, perdón!, un costal.
Introduje mis dedos y los llevé repetidamente a la boca con una
buena porción de molienda. Sabía a gloria. Y el empleado esta vez
no me corrigió, simplemente sonreía. Seguro que pensaba que con la
boca ocupada incordiaba menos.
_____ o _____
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