Se
desató el conflicto entre vecinos a cuenta de una gotera persistente
que se dejó ver en la barra del bar situado en la planta baja. Como
medida preventiva se cortó el agua del piso superior y se llamó a
un fontanero que diagnosticó en un primer momento que la fuga
inoportuna ocurría en el piso citado. Y armado de sus herramientas
penetró en la vivienda dispuesto a picar donde hiciera falta.
Pero no contaba con la dueña que se despachó con una buena sarta de
insultos e impertinencias, hasta el punto que el buen fontanero
abandonó el tajo en menos de cinco minutos. Pero la gota seguía
ahí, cayendo pausadamente en una cubitera en la barra.
Entre tanto, las fuerzas vivas de la escalera revisaron la jurisprudencia para saber el proceder y encontraron que para entrar en la vivienda de un ciudadano se debía contar con una orden judicial y que todo civil tenía derecho a decidir quien entraba y quien no en su propia casa. Y se probó por ese camino, retrasando una enormidad la solución del caso. Pero, mientras tanto, la gota seguía golpeando con ritmo y constancia.
Para
cuando los trámites ante el juez dieron resultado, más o menos
medio año, la dueña tuvo a bien cambiar de opinión y dejó entrar
a la piqueta en su casa, con tan buen resultado que en una mañana
dejó la avería resuelta.
Entre tanto, las fuerzas vivas de la escalera revisaron la jurisprudencia para saber el proceder y encontraron que para entrar en la vivienda de un ciudadano se debía contar con una orden judicial y que todo civil tenía derecho a decidir quien entraba y quien no en su propia casa. Y se probó por ese camino, retrasando una enormidad la solución del caso. Pero, mientras tanto, la gota seguía golpeando con ritmo y constancia.
Y aquí surgió un nuevo problema. El dueño del bar afectado, al ver que cesaba el goteo pertinaz, reclamó daños y perjuicios, ya que su establecimiento perdía un encanto fundamental. Lo pudieron comprobar los alucinados vecinos de la comunidad al ver que el perspicaz hostelero había montado, para atracción para sus clientes, una inverosímil instalación en la que la gota resultaba imprescindible. Hay que figurarse una barra de un bar, con un pequeño pedestal iluminado en azul metálico con un recipiente con forma de reloj de arena que se va llenando gota a gota. Cuando rebosaba, se disparaba un concierto de luces multicolores que servían para obsequiar con una jarra de cerveza al cliente que se encontrara más cerca. Ni que decir tiene, que la clientela era abundante y el arqueo de caja muy gratificante para el dueño.
Los vecinos discutieron a fondo la solución del asunto. Unos hablaron de que no eran derechos adquiridos, ni una servidumbre. Otros reclamaron una parte en los beneficios, ya que ellos eran los que suministraban el agua. La mayoría felicitó al hostelero por su instinto comercial y lo mandaron a freír espárragos. Y ésta fue la postura definitiva.
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