Había
una vez un patrón que tenía montada una empresa organizada de una manera muy peculiar. Los asalariados que acudían
al tajo encontraban todas las mañanas, al iniciar la jornada, un
montón de billetes esparcidos por el suelo esperando que los
recogieran. Pero todos sabían qué significaba aquello, porque en la
siguiente puerta estaba el patrón con dos capataces que les
revisaban los bolsillos y les asignaban el trabajo según la cantidad
de dinero que portaran. Los más ambiciosos, por ejemplo, cegados por
el brillo del dinero, tenían que trabajar hasta la extenuación y
los más moderados, se conformaban con una jornada tranquila. Sabía
el patrón que la ambición era y es un buen estímulo para el
personal, como lo es la zanahoria suspendida con una caña por el
jinete frente a los ojos de un asno.
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