El
valle de Hondacruz hace honor a su nombre, pues consta de dos largos
y amplísimos pasillos entre montañas que se cruzan en ángulo
recto, como queriéndose escapar de las altas cumbres que lo rodean.
Como además es muy amplio, el gobierno aprovechó para construir un
aeropuerto regional. Pero no repararon en los vientos que aquí son
cambiantes y caprichosos, de forma que en un mismo día pueden soplar
por cualquiera de los puntos cardinales. Los hondacruceños eso ya lo
sabíamos, así que no nos extrañó ver el campo de aviación
abandonado por “cuestiones técnicas”, según decían las
autoridades. Hasta que apareció el traidor de Bartolo Globel que
propuso una solución. Nada menos que hacer otra pista superpuesta y
perpendicular, en forma de cruz, como el valle, para que las
aeronaves pudieran despegar o aterrizar con vientos de morro en
cualquiera de las direcciones que Eolo eligiera para pasearse en
Hondacruz. Y así se hizo. Desde entonces para los habitantes de
este valle han cambiado mucho las cosas, algunas a mejor, como por
ejemplo que ha crecido la economía local o que no tenemos que mirar
a las veletas para saber la dirección del viento, que eso ya lo
vemos observando los cientos de aviones que surcan nuestro cielo.
Pero muchas cosas fueron a peor, como que el 40 por cierto ya somos
casi sordos, las casas no pueden pasar de 4 alturas, el negocio de
cristales de triple cámara está en auge, o que la estatua que el
ministerio del Aire erigió al traidor de Bartolo Globel sufre
constantes actos vandálicos. En el consistorio hay una propuesta
para declararle próximamente “persona non grata”.
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