25 mar 2016

Media marathón

Los corredores avanzan a trote, acomodando la velocidad a las energías que aún les quedan. Son muchos los aficionados que se han animado a cruzar la ciudad sin escatimar esfuerzos. Los paseantes se hacen a un lado, librando el camino y animan a los más titubeantes. De repente aparece una moto con un policía que parece velar por el buen desarrollo de la prueba. Impresiona ver la máquina, colorida y llena de antenas, luces intermitentes y un uniformado escondido tras unas gafas oscuras y un casco. Él también reclama su espacio y avanza con un aire intimidatorio, exigiendo sitio a espectadores y atletas que se retiran a su paso. El agente está ufano, no pasa desapercibido. Hasta que llega a la altura de una mujer que porta el dorsal 14.003 y que no se desvía ni un cm. del camino que ha tomado, obligando a la autoridad a echar pie a tierra y subirse a la acera. Herido, acelera ruidosamente y gana la posición, por delante de la atleta a la que inoportuna ralentizando la marcha. ¡Estás estorbando!, ella le dice. ¡Hago mi trabajo!, le grita el policía. ¡Mal lo haces, gilipollas!, le replica la mujer. El agente hace un ademán de parar para arreglar aquel menosprecio y, ante el cariz del asunto los otros corredores que se mueven alrededor unen sus voces y recriminan al policía su actitud. Surte efecto, pues un tremendo acelerón de la máquina hace que todos pierdan de vista a aquel hombre que padece un ataque de ego tan inoportuno. ¡Será capullo!, comenta un corredor de los que van en el pelotón. Dejarlo en paz, pide la atleta ninguneada, era mi ex, aclara. Unos callan, muchos sonríen y todos aprietan el paso. La meta está a 1 km. 
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