7 sept 2015

Flash de la infancia

Recuerdo como si fuera hoy mi primera caída de una bicicleta. Yo tenía apenas 8 años y acababa de aprender a dominar el velocípedo que siempre hubo en la casa familiar. Era una bici sin barra que, decían, había pertenecido a un cura que vestía sotana, allá por los años 60 del pasado siglo. Pesaba cerca de 15 kilogramos y obviamente era relativamente fácil de manejar cuesta abajo y no al revés. El caso es que orgulloso de mi nueva habilidad, hice mis pinitos recorriendo la calle principal del pueblo y quise saludar a cuantos vecinos encontré en el camino, especialmente a la señora Felisa, amiga de la familia y notario oficioso del lugar. Pero cometí el error del principiante, soltar una mano del manillar y, como no me daba el cuerpo para ir sentado en el sillín mientras pedaleaba, hice honor de forma inmediata a la Ley de la Gravedad, acabando hecho un guiñapo en brazos de la señora Felisa, el primer buen samaritano que conocí en mi infancia.
-Jesús -se quejaba mi benefactora-, esta juventud.
Recuerdo que mantuve el tipo y no lloré, no fuera que se enterara mi abuela querida de alguna más de mis flaquezas.
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