2 oct 2015

Un explotado más

El bracero recogía melocotones cuidadosamente de las ramas de los frutales a toda velocidad. Sabía que la sombra le protegía al menos durante dos horas más y, por eso, trataba de llenar los capazos en el menor tiempo posible. Cuando consiguió completar los cestos estipulados en su contrato diario se dirigió a la caseta donde tenía sus enseres, firmó el parte al encargado y se dispuso a disfrutar de un merecido descanso.
-¿120 cestos dices? - le preguntó el contable que, para más sonrojo miraba el papel al revés.
-120 -respondió él secándose el sudor de la frente.
-Pues no lo veo.
El temporero, armado de paciencia, giró 180º la plantilla y le señaló con un dedo dónde estaba su nombre.
-Manu, ¿ves? Y aquí están mis descargas. Como ves doce filas de 10 casillas con una cruz.
-¡Ah, bueno! -exclamó el encargado-. Te, te puedes ir -dijo tartamudeando.
Manu le tocó el hombro amistosamente y se fue al alojamiento, un galpón preparado como dormitorio con aseos de campaña. Por el camino repasó la escena y escuchó cómo la voz de su conciencia le interpelaba.
-Tú vas para maestro de escuela, ¿no?. Pues haz el favor de no engañar a Josín -y le recriminó-. No vuelvas a escamotearle 3 cestos como hoy.
El bracero sonrió para sus adentros. Josín era fácil de engañar. Pero al fin y al cabo era el hijo del dueño, un hombre que no le merecía tantos respetos.
-A Josín le trataré bien cuando sea mi alumno -se justificó-. Y mandó callar a la voz.
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