Gerardito,
el hijo del Barón de la Antigualla, pasó todos los veranos de su
infancia en la finca familiar de Tresmolinos, donde se hizo un
golfillo con la inestimable ayuda del hijo del guardés. Su madre,
doña Custodio del Malvivir trataba de corregir en el invierno lo que
el niño se asilvestraba en el estío.
-Comes
sin modales, usa los cubiertos que algún día serás Barón -le
amonestaba.
-Las
peras saben mejor cogidas del árbol y mordidas con los dientes -se
reía el joven. Hasta que la baronesa lanzó un gritito.
-¡Un
gusano!
Era
cierto. Por la comisura de los labios del baroncito trataba de
escabullirse un gusano-ocupa que hasta el momento se alojaba sin
permiso en la fruta. La escena sirvió para que se le activaran al
niño todos los escrúpulos y se convirtiera en ese momento en
practicante de los buenos modales. Tanto que se convirtió en el
mejor cirujano de peras de toda la saga de Barones de la Antigualla,
casa de rancio abolengo. Hasta tal punto le rindió la habilidad que
llegó a ser experto en protocolo en el capítulo de mondar fruta con
cubiertos, algo equiparable, por su dificultad, al noble arte de la
esgrima. Y hoy es el día en el que el Barón de la Antigualla es
citado en todos los tratados de etiqueta como introductor de los
buenos modales en las mesas del buen comer en el
capítulo de engullir frutas con clase, salero y decencia.
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