Bajo
los soportales de la vieja ciudad colonial, Prudenciano Buenamor se
ganaba la vida trapicheando con anillos
de compromiso y buena dicha,
como rezaba el rótulo que presidía su mesa de trabajo, Pero una
tarde sofocante se le presentó una de las tareas más comprometidas
de su existencia, nada menos que sacar un anillo del dedo anular de
una mulata malquerida que aborrecía tanto a su ex-amante como a la
sortija dichosa.
Prudenciano Buenamor se
armó de una lima fina y pasó dos buenas horas pegadito a las carnes
de la sufrida mulata, tanto que al final de la faena, culminada por
el éxito, había ya tanta intimidad entre ambos que pudieron olvidar
sus penas e inaugurar una nueva etapa en sus vidas.
-Sin alianzas de
compromiso, mi amor -le pidió la mulata.
-Lo que digas, mi negra
-musitó el bienaventurado artesano, haciendo más honor al propio
apellido que al nombre.
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