Contreras
era un hombre con un alto concepto de la dignidad. No estaba
dispuesto a perderla ni en los momentos de adversidad, los más
abundantes en su vida. Prueba de ello era su casa, en la que se
cobijaba con escaso bienestar. A los que se acercaban a visitarle les
aturdía el desorden y las pocas energías gastadas en mantenimiento,
confort y limpieza. Pero a todos los recibía con un trago de vino
peleón servido en elegante copa de cristal fino.
-Si
el vino se bebe de cualquier manera se acaba perdiendo la compostura
-justificaba el bueno de Contreras, que remachaba su idea con otro
argumento-. La dignidad es lo último que nos queda a los pobres.
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