26 jun 2015

Dejé propina

Entré en el bar y ya me di cuenta de que incomodaba. El dueño no dejó de mirar a la pantalla mientras me sirvió la caña de cerveza que le pedí y en cuanto acabó se atornilló a la pantalla del televisor en el que daban una carrera de Fórmula 1, sin ni siquiera pensar que yo quería tomar algo más. Me convertí contra mi voluntad en un cliente transparente.
Lo entendí enseguida, cuando reparé que toda la decoración del bar tenía que ver con el automovilismo, inclusive las servilletas que llevaban impresa la imagen de un tal Fernando Alonso que, por lo visto, corría en una escudería de nombre McLaren.
Trasegaba yo mi cerveza, embebido en mis cuitas, cuando todos los presentes prorrumpieron en gritos. Los parroquianos y el dueño estaban desolados por el accidente de su ídolo y por un nuevo fracaso, decían, en la trayectoria de gran piloto.
-A éste le persigue la mala suerte y hasta el diablo -decía uno.
-Le sacan con un carro de bueyes en vez de con un bólido -decía otro.
-Para mí que alguien le ha echado mal de ojo -decía un tercero.
-O le hacen vudú -añadía un cuarto.
Sólo en aquel momento me percaté de que yo había estado agujereando con un mondadientes la figura del accidentado en la servilleta del bar. Nunca creí que yo tuviera tantos poderes.
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