El niño
se arrimó al padre y le agarró la mano. Así se sentía más seguro
y se libraba del miedo que empezaba a sentir en aquella iglesia a la
que habían acudido a la misa mayor para celebrar la fiesta del
patrón, San Jorge.
-Dios
nos consuela y nos protege, nada hay que temer -decía el sacerdote
en su prédica.
El padre
sintió que su hijo comenzaba a temblar y le preguntó si le pasaba
algo. El pequeño señaló al retablo donde un dragón muy feroz era
alanceado por un jinete y rompiendo en llanto expresó su temor.
-Vámonos,
que ahí hay un hombre colgado en una cruz, otro que mata animales y
a otro lo están quemando -dijo señalando los muchos santos que se
apelotonaban en el altar y capillas-. Tengo mucho miedo.
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