De
mis otras vidas guardo recuerdos contradictorios, pues nunca he sido
feliz, la verdad sea dicha, aunque miles de veces he estado contento,
que es lo máximo a lo que aspiro en futuras vidas. He padecido
infelicidades sin cuento, pero no pienso airearlas.
Sin
embargo, me apetece contar lo mucho que disfruté en una ocasión con
mi viejo amigo Pieter
Brueghel,
que quiso hacer un óleo sobre cómo la gente vivía, o se desvivía,
en las celebraciones de Carnaval y Cuaresma en la ciudad de Vasten.
El muy loco, para ambientar mejor la escena, me hizo trepar al
alféizar de una ventana y permanecer horas allá encaramado. Me reí
tanto de unos y otros que finalmente perdí el equilibrio y caí a
plomo sobre la procesión, provocando la desbandada de los cofrades
que me tomaron por demonio.
Pieter
Brueghel acabó felizmente su óleo y yo pasé a otro turno
reencarnatorio.
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