En una ocasión le preguntaron a un viejo maestro el porqué de la
maldad humana. La cuestión era peliaguda. El anciano no se atrevió
a responder. Frunció el ceño, cerró los ojos y escudriñó su
interior. Al poco se colocó la mano en el pecho en un gesto mudo que
no dejaba lugar a dudas sobre su opinión.
-Pero
la gente vive más en la bondad que en la maldad -le replicó un
discípulo-. Afortunadamente no todos somos iguales.
-No
te coloques siempre en el lado bueno-. Y le aclaró-. Todos pasamos
la frontera alguna vez.
-¿Por
qué? -insistió el interlocutor.
-Si
te cruzas con una hormiga en el camino, ¿por qué la aplastas de un
pisotón? -le cuestionó directamente-. Porque no la consideras digna de compartir tu espacio vital.
-¿...?
-Pues
por las mismas razones nos volvemos malvados con los demás.
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