Un
día pregonó a los cuatro vientos su felicidad e hizo creer a cuantos
le rodeaban que era el ser más satisfecho del mundo. No
transcurrió mucho tiempo hasta que cambiaron las tornas y al buen
hombre se le cambió el semblante, se le mudó el ánimo y se transformó
en un alma que vagaba por el mundo sin consuelo.
-Cariño
-le dijo un día su mujer-, no entiendo cómo te altera tanto una
cosa tan intrascendente. ¿Por qué no lo olvidas?
Los
gritos se oyeron hasta en Pekín y cerró su parlamento con una
frase digna de figurar en el frontispicio de cualquier estadio.
-¡Antes
olvido a mi mujer, a los hijos y al gato... que a mi equipo!
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