Elena
Poniatova, emprendió la carrera con decisión, se acercó al listón,
giró el torso echándose hacia atrás y batió su pierna izquierda
con una potencia prodigiosa que hizo que se elevara en el aire
desafiando la fuerza de la gravedad. Ya arriba levantó sus piernas
con un golpe seco de abdominales y flotó como una hoja otoñal en
medio del bosque de gentes que contenían la respiración incrédulas
ante lo que sus ojos veían. El descenso fue lento y gozoso, viendo
como el temible listón permanecía a 2,50 m. del suelo, quieto y
mudo ante semejante hazaña. La explosión de alegría de la atleta
se confundió con la salva de aplausos y gritos de los espectadores
que, incrédulos, se frotaban los ojos pensando que aquella mujer
había superado limpiamente la marca masculina y femenina de salto de
altura de todos los tiempos.
Lo inaudito del caso era que la tal
Elena Poniatova era en realidad sor Asunción del Alba, novicia en el
convento de clausura del Carmen y que, como correspondía a su
estado, iba vestida con el hábito de monja novicia de las Madres
Carmelitas, sin concesiones a la coquetería ni a la funcionalidad
que se presume en la vestimenta de una atleta. De inmediato se inició el proceso de canonización en vida, de quien siendo una simple mortal fue capaz de ascender a los cielos con tanta facilidad. Alabado sean los dioses del Olimpo.
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