-Un
dos, un dos, un dos, ¡altooo!
La
compañía se detuvo, como si fuera la maquinaria de un reloj, dando
un sonoro pisotón que puso fin al desfile. Los soldados se mantenían
en posición, mirada al frente, mentón levantado, brazos pegados
al cuerpo y en silencio, esperando una nueva orden del
mando que iba al frente y que se mantenía erguido ante las máximas
autoridades del país, incluida la familia real al completo. Pero
ocurrió algo inaudito. En la tercera hilera, fila segunda por la
izquierda, se inició un movimiento. Un soldado salió de la formación,
se colocó al frente de sus compañeros, dejó caer el arma
en el suelo, colocó al revés su visera reglamentaria y se marcó
un baile de breack-dance fantástico, dejando a todos los presentes
estupefactos. Al acabar recompuso su vestimenta, recogió
el arma y retomó su puesto en la formación. Y todos los
asistentes, aún con la boca abierta, escucharon un aplauso entusiasta
desde la tribuna de autoridades: Era el hijo del rey, un ventiañero
con un fuerte retraso mental que era por nacimiento el heredero
legítimo de la corona. Entonces comprendieron todos que
aquello era no más que un gesto de pleitesía del ejército hacia
su próximo capitán general.
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