Cuando el sol abrasador de la costa estaba tratando de evaporarla y llevarla de nuevo a la atmósfera de donde procedía, la gota de agua se despidió de sus compañeras.
-Esto es un sin vivir, siempre de arriba para abajo, sin parar.
-Mala suerte -le contestó una colega-. Yo he estado de vacaciones en una piscina durante todo un verano.
-Lo mío fue peor -le comentó otra gota-. He vagado por el tracto digestivo de una vaca y tengo poco de lo que enorgullecerme. Deseo purificarme en lo alto.
-Yo he estado en la Antártida miles de años sin moverme, hasta que me enredé en las patas de un pingüino emperador -comentó malhumorada otra de las gotas que ya empezaba a flotar en el aire.
-¡Y una mierda! -les contestó la gota austral, nada resignada por el estatus milenario perdido.
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