8 ene 2014

La gota de agua

Una nube viajera la dejó caer en un paraje desconocido y la gota de agua voló hasta chocar con la tierra, correr por una pendiente junto a muchas de sus colegas y llegar a un torrente nervioso que las abandonó en un río más calmado que se encargó de transportarla hasta el mar.
Cuando el sol abrasador de la costa estaba tratando de evaporarla y llevarla de nuevo a la atmósfera de donde procedía, la gota de agua se despidió de sus compañeras.
-Esto es un sin vivir, siempre de arriba para abajo, sin parar.
-Mala suerte -le contestó una colega-. Yo he estado de vacaciones en una piscina durante todo un verano.
-Lo mío fue peor -le comentó otra gota-. He vagado por el tracto digestivo de una vaca y tengo poco de lo que enorgullecerme. Deseo purificarme en lo alto.
-Yo he estado en la Antártida miles de años sin moverme, hasta que me enredé en las patas de un pingüino emperador -comentó malhumorada otra de las gotas que ya empezaba a flotar en el aire.

Durante el ascenso a los cielos tuvieron que explicar a esta última que no protestara, que esto era un ciclo natural, que estaba escrito que todas las gotas eran iguales y tenían los mismos derechos y obligaciones, que no podía haber un trato diferenciado, que vivían en un mundo justo y equitativo, que a la larga la suerte acababa repartiéndose, que...
-¡Y una mierda! -les contestó la gota austral, nada resignada por el estatus milenario perdido.

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