15 oct 2013

Sueño despierto que

Un ejército de hormigas en formación militar avanza por la senda principal del prado. Son fascistas, del movimiento 28 de julio, fecha en la que su reina asestó el golpe de estado que le dio el trono que ostenta. No miran ni a derecha ni a izquierda, pues dan por hecho que la calle es de ellas y a ellas solo les pertenece. Por mandato divino, porque han nacido con un destino sublime o por lo que sea, acuden al hormiguero vecino con intención de imponer su ideología, es decir, un conjunto simple de ideas que se resumen en una sola: el mundo se entiende y administra como ellas digan, es decir, como les dice la reina madre que deben entender y administrar. En su abdomen brillan insignias varias que les llenan de orgullo, ganadas en campos de batalla que ellas magnifican hasta el absurdo. Ni siquiera son conscientes de que su vida puede acabar en la dura batalla, tan ciega es su fe en el líder. Inquebrantable... Su consigna es arrasar el campo enemigo al menor atisbo de oposición. Y todo por el simple argumento de que a ellas les asiste la razón y a los demás no. Avanzan, como ya se ha dicho, en formación militar. 
Para su desgracia, en mitad del recorrido se encuentra la vaca Serapia, experta en desarticulación de comandos desestabilizadores del sistema anarquista de la pradera. Al ver acercarse la comitiva levanta el rabo a modo saludo, relaja el esfínter con sigilo y suelta de improviso una plasta de contenido exclusivamente orgánico que viene a caer de lleno sobre la comitiva hormiguil. Fenece la marabunta fascista, a excepción de la encargada del tambor que queda para contarlo. Sabiamente aconsejada por su abogado, se arrepiente al instante y jura que respetará al prójimo como si de ella misma se tratara. Para hacerlo más creíble se afilia al partido del nuevo líder, se arrepiente de todas sus fechorías, jura fidelidad eterna y ¡adelante!, se pasa página en otra triste historia más de la pradera.
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